Sería un error considerar como toda una sorpresa la candidatura de Massa a la presidencia de la Nación. El tigrense ha ido tejiendo punto por punto una trama dentro de su coalición que lo ha convertido en el hombre más poderoso del oficialismo. Ni siquiera la mentora de este espacio puede con él. Obedece en realidad a la caída de una idea política con muy pocos resultados para mostrar y ningún heredero que posicionar de cara al país todo. Así de simple.
Serán los adherentes a la entente de gobierno los que decidirán votarlo o no, incluso se sumará algún entusiasta de centro a pesar de los resultados de su gestión. No hay que olvidar que virtualmente todos los problemas que existían al momento de iniciar su tarea como superministro se han visto potenciados. La inflación es enorme, la deuda pública es un escándalo, el Banco Central se ha quedado sin dólares. Desde que asumió Massa se cuentan 3.4 millones de pobres nuevos, y ya suman unos 20 millones en todo el país.
Quienes defienden su tarea insisten en que sin su presencia la Argentina estaría incendiada, con gente en las calles, negocios saqueados, hiperinflación y hasta quizás víctimas civiles. Por eso hablan de "estabilidad", un eufemismo utilizado para tratar de convencer al resto de que Massa ha logrado detener el tren justo unos metros antes del borde del abismo.
El punto ahora es intentar entrever qué puede ocurrir con la economía de acá a las próximas elecciones. En principio nada distinto, o quizás muchas cosas empeoren. No es falta de buena voluntad en el juicio sino la sensación de que dos factores van a conjugarse y no traerán nada bueno.
Por un lado Massa, el hombre de los pocos aciertos pero de la mano firme al frente de un grupo heterogéneo, dejaría el ministerio de Economía a más tardar después de las PASO, aunque no habría que descartar que su presencia allí termine en no más de 10 días. Tiene que dedicarse a la campaña, claro. Para reemplazarlo se habla de Gabriel Rubinstein o Marco Lavagna, por un lado, que continuarían la línea impuesta. También de Hernan Lercher, del riñón de la vicepresidente. Poco para festejar por este lado en términos de libertad de mercado.
Por otro lado nada le interesa más al novel candidato presidencial que lograr que el tren siga detenido a metros del abismo. Eso probablemente implicará más cepo, más controles de precios, más brecha, más de lo mismo, pero potenciado. El tigrense sabe que la formación está a pasitos del precipicio; cualquier nuevo desajuste en un paciente en cuidados intensivos lo dejará lejos de la ilusión de ser presidente. Y entiende que esta es la manera de evitar riesgos.
La mayor o menor velocidad de salida del superministro de sus actuales funciones dependerá, parece, de las negociaciones en curso con el Fondo Monetario Internacional. Massa necesita como el pan nuestro de cada día que Georgieva y los suyos le habiliten una montaña de dólares para llegar a las elecciones con algo de oxígeno. Sin ellos estará perdido, y nosotros con él. De hecho aún tiene un viaje pendiente a Washington para jugar cartas decisivas.
A ciencia cierta tiene que convencer al organismo para que le entregue dólares contantes y sonantes que muy probablemente serán vendidos en el mercado local a precio de fantasía, para mantener una paridad igualmente ficticia. Es justamente el punto que genera la mayor resistencia entre los funcionarios del Fondo, pero los condiciona a la vez saber que el país está sin reservas y en una posición muy delicada. No quieren aparecer como el monstruo que empujó a la Argentina hasta el fondo del barranco.
¿Aflojara el Fondo ahora que Massa es candidato? Dicen que la batalla interna en las entrañas del prestamista internacional es verdaderamente intensa. La Argentina le ha creado un serio problema. Probablemente tendrán que tragar algún que otro sapo e ir por una opción de compromiso.
¿Y la inflación? Viene en segundo lugar en la lista de desaguisados y al flamante candidato le preocupa bastante menos. A pesar del daño que está causando este flagelo, Massa sabe que tiene controlados a los principales sindicatos, y con eso duerme tranquila. El resto de la población ha aceptado sumisa la condena a la pobreza que pende sobre las cabezas de quienes aún no han caído en ella.
En el largo plazo un posible triunfo de Massa en las presidenciales es un enigma para la economía. Porque es menos radicalizado que los kirchneristas que moran debajo de él en la lista de candidatos, pero habrá que ver si logra controlarlos. Lo que sí es seguro dado su vínculo con el círculo rojo y sus acuerdos con sus socios antimercado -estos mismos que necesitará controlar-, es que no habrá reformas de fondo ni golpes de timón abruptos.
Pero así como se reduce la chance de que la manija quede en manos atadas a ideas perimidas en el planeta, la victoria de la oposición promercado parece ahora menos clara. Massa debería sumar más votos que Wado de Pedro. Las primeras reacciones del dólar, los bonos y las acciones este lunes indicarán como ha tomado el inversor esta noticia. Hasta acá venía poniendo fichas apostando a que en diciembre llegará una opción política diametralmente opuesta a la actual Administración. Todo un mensaje.