Editorial

El Primer Mundo pone contra las cuerdas al campo

En Europa y Oceanía están pasando cosas que deberíamos analizar. Desde la movida para expropiar y cerrar establecimientos agropecuarios hasta nuevos y letales impuestos a la ganadería. Una actitud que crece y se expande a otras naciones.

13 Dic 2022

 En Europa y Oceanía están pasando cosas que deberíamos analizar. Desde la movida para expropiar y cerrar establecimientos agropecuarios hasta nuevos y letales impuestos a la ganadería. Una actitud que crece y se expande a otras naciones.

Es probable que jamás nos toque ver de cerca nada como lo que está ocurriendo en los Países Bajos o en Nueva Zelanda, pero es necesario saber cómo se mueve el ambientalismo extremo y cuáles pueden ser las consecuencias. Porque además seguramente tendrá impacto en los mercados agrícolas. Desde luego se sigue abusando de la quema de combustibles de origen fósil, pero la industria se las va arreglando para sacarse el lazo de encima. Y el campo queda entonces en el centro de la escena.

Nobleza obliga hay que reconocer que Europa lleva años produciendo con excesivo uso de insumos, el punto es que ahora quiere cambiar de golpe, sin anestesia. Lo cierto es que el gobierno neerlandés apunta a expropiar 3.000 establecimientos agropecuarios (los llama "los grandes contaminadores") y cerrarlos para reducir el nivel de emisiones. Incluso hay una ley al respecto.

En otras palabras, si no hay suficientes productores que decidan dejar la actividad, lo que sigue es la venta obligatoria del establecimiento. Los Países Bajos necesitan cumplir con las normas de la Unión Europea en materia de emisiones de oxido nitroso y todos los cañones apuntan hacia el agro.

La ministra para la Naturaleza y el Nitrógeno, Christianne van der Wal, advirtió a los caídos en desgracia que "no habrá una oferta mejor". Le habla a gente cuyo campo ha pertenecido a la familia durante generaciones y que vive directamente en él, por lo cual la medida implicará también el desplazamiento de miles de personas. La última vez que había sucedido algo similar fue tras la invasión alemana de 1940.

Las protestas estallaron y la represión policial fue muy dura, deteniendo manifestantes y utilizando palas cargadoras para correr los tractores de los sitios donde los habían estacionado. Los productores advirtieron que no van a rendirse, y que se presentarán unidos como una formación política en las próximas elecciones, con el objetivo de terminar con la persecución del campo. Hay muchas empresas fuertes detrás de ello y quizás sin saberlo el partido gobernante en Países Bajos se esté creando un rival formidable.

Por lo pronto, los organizadores de las marchas denuncian que las leyes verdes no solo los dejarán sin trabajo sino que además tendrán un impacto sin precedentes en la producción de alimentos para el país, una situación que los distintos paros del campo han ido poniendo de manifiesto en la venta minorista.

En la vereda de enfrente no pocos defienden la movida oficial. Cuestionan la forma en que se producen los alimentos y aseguran que el sector genera alrededor del 31% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Hay evidencias de que la contaminación de los suelos con nitrógeno es muy elevada.

Todo esto llega después de que Nueva Zelanda, el mayor exportador de productos lácteos del mundo, planteó comenzar a gravar las emisiones agrícolas para 2025, básicamente los gases y eructos de las vacas. Irlanda, en tanto, quiere que sus agricultores reduzcan las emisiones en una cuarta parte antes de 2030, y parece ser una de las pocas naciones que buscan avanzar con pies de plomo en este tema. Por su parte, Dinamarca pretende que sus sectores agrícola y forestal reduzcan las emisiones hasta en un 65 %. La lista sigue, porque todos deben cumplir con las exigencias del bloque.

En Nueva Zelanda, en tanto, las autoridades prometen reinvertir lo recaudado en incentivos, investigación y tecnología para que el país pueda reposicionarse como líder en alimentos de mayor valor producidos éticamente, un mercado que está creciendo a medida que los consumidores se vuelven más conscientes del clima y la salud. Los hombres de campo tienen otro punto de vista. No ven otra forma de cumplir los objetivos exigidos que no sea reduciendo los rodeos y perdiendo dinero.

Fuera de Europa, Canadá también tiene objetivos concretos, aunque voluntarios, para reducir las emisiones de nitrógeno en un 30%. Hay un programa para usar fertilizantes más eficientes, cuyas cuentas no son del todo alentadoras. Se le pide al productor hacer algo por la sociedad, pero las pérdidas salen de sus bolsillos. De ahí que reclaman algo más razonable y justo.

Por cierto, ha sido el enfrentamiento en los Países Bajos el que ha encendido la mecha de norte a sur del planeta, desatando pasiones de un lado y otro de la grieta que proponen activistas fanatizados contra el sector agro-ganadero. El hashtag #NoFarmersNoFood es la bandera del campo: menos alimentos y más caros en la medida que las regulaciones se van volviendo asfixiantes. Muchos productores europeos no aceptan ser tratados como delincuentes, y salen a marchar porque ven cada vez más oscuro su futuro. Quieren que la determinación de políticas destinadas a combatir el cambio climático los tengan sentados en la mesa de debate, y que se trabaje con modificaciones graduales.

Hay algo que queda claro: producir de manera sustentable será cada vez más un requisito básico para estar en el mercado, y en eso tenemos ventajas elocuentes. Hay ahí un enorme valor agregado. Solo necesitamos un gobierno que nos permita aprovecharlo, que acompañe y difunda fronteras afuera estas virtudes propias de nuestros sistemas. Ya va a llegar, la esperanza es lo último que se pierde.

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