El 25 de octubre los productores agropecuarios argentinos terminaron un ciclo. Cuatro años en los que el área sembrada fue siempre inferior que el año anterior, principalmente debido al cocktail amargo de retenciones, cierre aleatorio de exportaciones de trigo, maíz, carne y leche y costos crecientes en dólares, particularmente aquellos ligados al flete. Lo que pasa fuera de la tranquera comenzó a ser más determinante que lo que pasa adentro.
La campaña de invierno 2015/16 de trigo y cebada fue de 700.000 hectáreas menos que el año pasado y los pronósticos para el verano (soja y maíz) auguraban hasta las elecciones un panorama oscuro. Si bien el clima se mostraba óptimo para lanzar la siembra, las cuentas no cierran. Entre ambas campañas el consenso del sistema de agronegocios estimaba una caída de hasta 2 millones de hectáreas. Hablamos de 450 mil viajes de camión ida y vuelta menos, solo para nombrar uno de los impactos.
La primera vuelta devolvió un escenario electoral con dos candidatos con muy buenas chances: uno que hace mucho promete la eliminación de las restricciones y otro que para seducir a una parte del electorado recoge el guante. Soplan vientos de cambio. En una encuesta que realicé en Twitter el jueves pasado consultando el impacto de las elecciones sobre el plan de siembra se refleja lo que palpitan los empresarios de nuestras pampas. De 413 productores, asesores técnicos, contratistas y distribuidores, la mitad afirma que se expandirá el área o modificará el mix de cultivos (todo indica que hacia maíz, el cultivo más golpeado con las restricciones junto al trigo), mientras que la otra mitad afirma que recibió la información tarde como para modificarlo. La incapacidad de cambiar el plan de siembra se debe principalmente a dos razones relevadas: las condiciones agroecológicas de la zona en la que se encuentran ya no les permitían cambiar de cultivo (algunos mostraban fotos con la siembra de soja ya encaminada), mientras que otros explicaban que el barbecho que utilizaron para preparar el campo era cerrado, lo que no habilitaba la siembra de otro cultivo más que el originalmente planeado. Existe un tercer motivo, sembrar maíz requiere de un paquete tecnológico (semilla, fertilizante y agroquímico) más caro y para muchos la opción representaba un capital que no tenían o no estaban dispuestos a poner en juego. La caída de rentabilidad en maíz es tan alarmante que algunos bancos provinciales lanzaron paquetes destinados específicamente al financiamiento de la siembra.
Los productores agropecuarios cierran una etapa de enormes aprendizajes, algunos motorizados por malas experiencias, otros por buenas. Desde 2002 a esta parte casi duplicaron la cosecha de granos, pero la intervención del Gobierno sobre determinadas producciones redujo su área o las deprimió fuertemente, quedando fuera del negocio miles de productores. El sistema de agronegocios argentino tiene 45 millones de actores, cuando los consumidores eligen en una góndola son tan importantes como cuando votan en una urna. Es clave comprender que los acuerdos que permiten un desarrollo sano del agro implican objetivos comunes claros, donde la inacción de algunos promueve la acción de otros.
Economista especializado en agronegocios de I+E Consultores
*Es co-autor junto a Sebastián Senesi de Campo, el sueño de una Argentina verde y competitiva
El Cronista Comercial